Bichito de luz

La luciernaga apareció. Pensabamos estaban extintas, pero aún quedan. A veces andan opacas, camufladas, dolidas. Cuando llegó el viento zumbaba en mis oídos, en los nuestros. La luciernaga volaba, a contra viento, con una fuerza tenaz, apenas se veía su luz titilar. Oscura y luminosa ella apareció. Recuerdo que me sorprendió verla, la amé y del miedo la aparté. Pensé que quizas no era luciernaga, que era otro bicho, de esos feos, que había alquilado la luz, que su traje no le pertenecía, que me quemaría. Soplé fuerte y desapareció. Ni bien se fue pensé, mejor, nada de bichos feos. Al ratito nomas la extrañé. Y su luz? Dónde esta? Dónde titila? Era una luciernaga, no me di cuenta, no quise echarla, ignorarla, olvidarla. Ojalá vuelva! Ojalá el viento la traiga nuevamente... Si existiera la máquina del tiempo, la retrocedería hasta el instante previo en que comencé a dudar de su luz, ese momento en que dejé entrar al miedo, y acto seguido un soplo hasta desaparecer. Volvería y extendería mi mano, dejaría que se pose allí. Que extienda sus alas, que su bioluminicencia se prenda y mi rostro se refleje, en algún charco, junto a alguna rana y quizá un sapo.
Si no vuelve me queda la certeza de su existencia, ya sabré reconocerla, reconocerlas, quizá ya pueda evitar dejar entrar el miedo, quizá pueda confiarle mi mano para su descanso. Y si vuelve, bueno.., ya sabremos. Que su luz nos envuelva cuando quiera.

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