¿Qué es la tristeza?

¿Qué es la tristeza? Me pregunto qué es aquello que nos pone tristes, que me pone triste. Seguramente cada une tendrá una o más respuestas, o quizá ninguna. A mi me cuesta saber de dónde viene mi tristeza. Sé que se vincula, de alguna manera, a la sensación de despedida, de algo que ya no está y quizás nunca estuvo. Tristeza de lo que nunca tuve, podría llamarla. Es una añoranza lejana, como si pudiera ver a través de un binocular un puntito muy lejano donde se ubica el objeto deseado e inalcanzable. No se quién puso ese objeto ahí, si fui yo, mi madre, mi familia, la sociedad, el sistema, o la humanidad toda en su conjunto, o todo esto junto. Lo cierto es que cada tanto irrumpe y me deja cansada, sin humor, melancólica, como si todos los chistes existentes en el mundo perdieran el poder de hacerme reír y se perdiera en la inmensidad aquel puntito lejano. Esa tristeza que siento no es angustia. He aprendido a diferenciarlas. La angustia es distinta, es un dolor inmenso y profundo donde no se puede ver nada, no hay binocular, no hay puntito, no hay nada mas que el dolor y el deseo intenso de dejar de sentirlo y la ansiedad para que pase pronto, lo que socava aún más el pozo. Esta tristeza es dulce, la angustia es amarga. La primera es hasta sensual, la segunda es amiga del horror. El horror de comprender lo miserable que es la existencia, hay un dejo de culpa por estar viva, por respirar sin propósito, por no poder dejar de ser quien soy. La tristeza, a diferencia, es amigable. Me abraza, cobija, acompaña, hasta se puede decir que me quiere y eso la hace muy distinta. Hoy la tristeza me da una aguja y un hilo para tejer estas ideas, bordar una historia, comprender un puntito, tan lejano, como la primera puntada de la humanidad, aunque nunca lo entienda, porque comprender no es entender. Comprender es algo corporal, entender es de la razón, y la tristeza se siente, no se entiende. Hoy me encuentro viajando, en micro al trabajo, y la tristeza me lleva por otros caminos que no son los de la materialidad que me habita, y voy hacia el destino, esperando volver a casa, habiendo al menos sonreído una vez y reído otra vez, hasta perder de vista, al menos hasta mañana, aquel puntito, que ya va transparentando.

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